Dos años y medio se ha hecho esperar el regreso de esta serie francesa
de culto, a mi juicio más motivada por la adaptación americana que por otra
cosa. De todos modos me complace mucho volver a la ciudad del pantano y ver qué
fue de los que allí se quedaron y de los fallecidos.
Los hechos transcurren seis meses después de la conclusión de la
primera temporada. Personalmente hubiera dejado ahí cerrada la historia,
sin resolver las cuestiones, tan sólo habiéndonos centrado en el drama de los
personajes. Ahora la serie se ve
obligada a dar respuestas, a ir más allá y temo que explicando demasiado
empiece a recibir críticas tal y como ocurrió con Perdidos.
El salto temporal permite introducir a uno de los que van a ser personajes
principales, Berg, quien ajeno a la comunidad llega a investigar lo ocurrido en la ciudad y en el pantano. El agua ha hecho estragos en la ciudad
custodiada por el ejército, la mayoría de los vecinos se han marchado y no
hay explicación para la crecidas del pantano y por qué aumenta el caudal en
unas zonas y en otras no. Para colmo nos volvemos a encontrar situaciones en
las que hay quien no puede abandonar la ciudad o llegar a ella. Esto de nuevo
vuelve a recordarnos a Perdidos.
Lo que se mantiene es ese ambiente opresivo y triste a pesar de la
belleza del paisaje. La fotografía gris, las nubes o en cuanto escuchamos las
primeras notas de la cabecera, obra al igual que el resto de la banda sonora de Mogwai, ya nos hacen estremecernos, acurrucarnos en el sofá y
estar dispuestos a aceptar lo que nos echen.
No haré spoilers, tan sólo contextualizaré los dos primeros
episodios que se estrenaron esta semana pasada.
El primer episodio titulado Lénfant (el niño), se centra en la
pesadilla que sufre Adéle embarazada de
uno de los retornados, su ex-prometido Simon. Con un embarazo ya avanzado rechaza al niño, no quiere ni sentirlo
dentro y al mismo tiempo teme que salga al mundo.
El segundo, titulado Milan, nos presenta a un nuevo
resucitado muerto hace una treintena de años y metido en asuntos muy turbios
que no sabemos hasta dónde llegan pero que creo que tendrán más que ver con la
trama principal de lo que podamos pensar.
La clave de la temporada, entre
otras cosas, parece centrarse en las diferencias de los dos frentes principales. Por un lado dentro de la gente que
permanece viviendo junto al pantano está la “secta” de La mano tendida a la que no creen desde fuera de la ciudad pero que
va recibiendo algunos creyentes. Por
otro lado tenemos a los “retornados”, los muertos, organizados y con un plan, quienes
viven juntos en una comunidad a la que no se puede acceder a pie sino
atravesando el lago. El lugar donde viven es estremecedor a la par que normal,
como en la mejor película de miedo. Es extraño como algunos de los fallecidos
actúan normal como en la primera temporada pero otros que no son protagonistas,
por supuesto, parecen actuar como zombies.
Una nueva oleada de regresos se está produciendo, el ejército no
quiere creerlo y parece haber una especie de pugna por hacerse con los nuevos
resucitados entre los vivos y los muertos.
Una de las cosas que más mal
rollo me dan es que si bien suele ser un problema trabajar con niños en series
ya que con el paso del tiempo cambian mucho físicamente, en este caso tanto
Victor, mejor dicho Louie, como Camille parecen no haber crecido en absoluto
entre el rodaje de la primera y la segunda temporada.
Eduardo Iribarren (@Eduarlittle)
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