Me vuelvo optimista cuando veo buen cine en televisión aunque sea en
formato de serie. Tras ver estreno tras estreno a cada cual, por lo
general, más decepcionante en cuanto a las películas, por fin me siento a ver
unas imágenes perfectamente realizadas y no sólo eso, con un guión fantástico
que da mil vueltas a lo que es una película en la media de las nominadas a los
Oscar. Aún no se ha desvanecido del todo la época dorada de las series entre la
sobredimensionada cantidad de producciones del presente.
Cada vez estoy más agradecido al
señor Soderbergh por su valentía y esfuerzo, pero no seguiré por ahí ya que no
quiero repetirme con lo que escribí el último día. Ahora quiero destacar la vigencia de los temas tratados
en este episodio, su atemporalidad a pesar de estar enmarcado en una época muy
precisa. Corrupción, decadencia, vicio,
lujos, diferencias sociales y educativas y, sobre todo, el amor o sus
consecuencias ineludibles una vez pasado
éste.
Bertie y Genevieve |
Comenzaré con la situación del
entrañable Bertie. El personaje probablemente más honrado y
crédulo de la serie se enfrenta a su primer día en el Hospital Monte Sinaí,
donde debe empezar desde abajo y acostumbrarse a sus rutinas. El premio que se encuentra por sorpresa es
conocer a la periodista ya mencionada en el primer episodio, la señorita Genevieve Everidge, quien había escrito
un artículo sobre los centros psiquiátricos pasando por interna de los mismos. Todo
apunta a que el joven doctor pronto
olvidará a la enfermera Elkins encandilado por la periodista y mientras
investiga los efectos de la adrenalina, aún por determinar.
Ya que la he mencionado, me
resulta duro pero obligatorio reflexionar
acerca de la enfermera Lucy Elkins. En tres capítulos su personaje ha dado un gran giro. De comenzar
escribiendo al Dr. Thckery cartas pasionales a verse rechazada, perdida y
abordada por un padre predicador que le hace buscar en la fe una excusa para escapar de los hombres como del
señor Robertson. Sin embargo su viaje no termina ahí, la necesidad de salvación por una autocompasión y autoculpabilidad le
hacen confesar sus pecados en una prédica de su padre. Vemos ahora las
sombras alargadas que un antiguo amor, el que sentía hacia Thackery, proyecta
sobre ella. La reacción de su padre al
llegar a casa es más que dura, ya que la
humilla y le da una paliza. La
religión como excusa para crear conflictos en mentes perjudicadas no es nueva,
siempre ha sido así, más una válvula de escape o una excusa.
Lucy y su padre |
Manteniendo el hilo de la
religión presenciamos la vista en el
juzgado del caso de la Hermana Harriet. En este caso de nuevo la religión como elemento vengativo
separador de clases, un juez protestante pretende condenar a una monja
católica refiriéndose a los europeos como pecadores y a ella como un ejemplo
del mal que los inmigrantes representan.
Dejando a un lado ya la religión volvamos al amor. Hay una escena preciosa, casi teatral,
sencilla y que me ha recordado al cine clásico. Mientras Cornelia y el Dr. Edwards tratan el tema del ataúd vacío del
inspector de sanidad y de si deben olvidar el caso, sus manos se entrelazan accidentalmente y saltan chispas. Tras
besarse la razón de él consigue vencer a
su pasión y sus sentimientos para separarse. Por más que no quieran aceptarlo,
ambos se aman desesperadamente. Ella sin
embargo ya parece estar acostumbrada
moviéndose en el mundo de las apariencias de la alta sociedad a los juegos de falsedades. No tiene
ningún problema en soltar toda su pasión
ante su marido aunque realmente no lo quiera para intentar conseguir el dinero
necesario para pagar al abogado de la Hermana Harriet. Los amores perdidos
por otros intereses y los fingidos tampoco han pasado de moda a día de hoy.
Otra situación muy tierna es el regreso a casa de Dorothy, la mujer del
Dr. Gallinger. Él la sigue amando, él la
adora y perdona por lo que hizo. Sin
embargo es la propia hermana de ella quien le hace recordar los perjuicios
que su estado mental provoca en su familia no por lo que hace, ya que está
muchísimo mejor, sino por lo que ha hecho. Los cotilleos que se mueven en la alta sociedad trascienden Nueva
York y llegan a Filadelfia creando graves inconvenientes sociales a la familia
de la enferma mental. Para colmo en una reunión de antiguos alumnos, Gallinger ha de escuchar un discurso
proselitista a favor de la eugenesia, la búsqueda de los cruces entre seres más
elevados para conseguir una mejor raza y para la que hay que evitar que puedan reproducirse personas de
otras razas o con taras. Mi sensación es que el amor de Gallinger está por encima de todo eso a pesar de lo que
sufre.
Continuando con el amor y sus
consecuencias, me gusta el ejemplo de las
remanencias de un antiguo amor, la sensación más de cercanía y amistad
además de la culpabilidad. Thackery visita
a su ex, la enferma de sífilis por su culpa a quien ya reconstruyó una
nueva nariz la temporada pasada y se encuentra con que su enfermedad está muy
avanzada. Presa de la culpabilidad y del
cariño busca con ahínco una posible cura, vislumbrando una pequeña
esperanza en alguno de los métodos
importados por el Dr. Edwards, de ese modo le devuelve la pelota pidiendo
el favor en sentido contrario en este episodio.
Los doctores Edwards y Thackery |
El mismo Dr. Edwards nos presenta otra
consecuencia del amor pasado con la llegada de su esposa a la ciudad.
Promete ser todo un tormento para alguien que no la quiere y quien la ha
evitado mencionar. Es el punto de culebrón del que ningún episodio de ninguna
serie puede escapar por buena que sea.
Por último quiero destacar una escena que es la que más me ha hecho
pensar en lo actual que puede resultar en algunos momentos la serie. He de
reconocer que el señor Soderbergh es el que me ha dirigido a pensar eso con su
arte. Después de comenzar el episodio viendo cómo Thackery burla las pruebas de consumo de cocaína con aguja transformándola
en polvo y esnifándola como posteriormente se popularizó, lo observamos en un momento dado
absolutamente colocado y en un salón de recreo que acompañado con la banda
sonora electrónica de Cliff Martínez parece un club actual y al que el médico
recurre en busca de vicios. Allí no sólo consume alcohol y drogas sino que
también encuentra el sexo ocasional con la prostituta que ya vimos
anteriormente. En serio que situaciones similares se pueden encontrar en los
fines de semana de cualquier ciudad hoy en día.
Como decía al principio, temas aún presentes y atemporales.
Vicio, amor, pecado, redención, búsqueda de la felicidad, de un sentido de la
vida con un hospital a comienzos del
siglo XX como lienzo de fondo.
Eduardo Iribarren (@Eduarlittle)
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