lunes, 2 de noviembre de 2015

The Knick 2x03: "The best with the best to get the best"

Me vuelvo optimista cuando veo buen cine en televisión aunque sea en formato de serie. Tras ver estreno tras estreno a cada cual, por lo general, más decepcionante en cuanto a las películas, por fin me siento a ver unas imágenes perfectamente realizadas y no sólo eso, con un guión fantástico que da mil vueltas a lo que es una película en la media de las nominadas a los Oscar. Aún no se ha desvanecido del todo la época dorada de las series entre la sobredimensionada cantidad de producciones del presente.

Cada vez estoy más agradecido al señor Soderbergh por su valentía y esfuerzo, pero no seguiré por ahí ya que no quiero repetirme con lo que escribí el último día. Ahora quiero destacar la vigencia de los temas tratados en este episodio, su atemporalidad a pesar de estar enmarcado en una época muy precisa. Corrupción, decadencia, vicio, lujos, diferencias sociales y educativas y, sobre todo, el amor o sus consecuencias ineludibles  una vez pasado éste.

Bertie y Genevieve

Comenzaré con la situación del entrañable Bertie. El personaje probablemente más honrado y crédulo de la serie se enfrenta a su primer día en el Hospital Monte Sinaí, donde debe empezar desde abajo y acostumbrarse a sus rutinas. El premio que se encuentra por sorpresa es conocer a la periodista ya mencionada en el primer episodio, la señorita Genevieve Everidge, quien había escrito un artículo sobre los centros psiquiátricos pasando por interna de los mismos. Todo apunta a que el joven doctor pronto olvidará a la enfermera Elkins encandilado por la periodista y mientras investiga los efectos de la adrenalina, aún por determinar.

Ya que la he mencionado, me resulta duro pero obligatorio reflexionar acerca de la enfermera Lucy Elkins. En tres capítulos su personaje ha dado un gran giro. De comenzar escribiendo al Dr. Thckery cartas pasionales a verse rechazada, perdida y abordada por un padre predicador que le hace buscar en la fe una excusa para escapar de los hombres como del señor Robertson. Sin embargo su viaje no termina ahí, la necesidad de salvación por una autocompasión y autoculpabilidad le hacen confesar sus pecados en una prédica de su padre. Vemos ahora las sombras alargadas que un antiguo amor, el que sentía hacia Thackery, proyecta sobre ella. La reacción de su padre al llegar a casa es más que dura, ya que la humilla y le da una paliza. La religión como excusa para crear conflictos en mentes perjudicadas no es nueva, siempre ha sido así, más una válvula de escape o una excusa.

Lucy y su padre
Manteniendo el hilo de la religión presenciamos la vista en el juzgado del caso de la Hermana Harriet. En este caso de nuevo la religión como elemento vengativo separador de clases, un juez protestante pretende condenar a una monja católica refiriéndose a los europeos como pecadores y a ella como un ejemplo del mal que los inmigrantes representan.

Dejando a un lado ya la religión volvamos al amor. Hay una escena preciosa, casi teatral, sencilla y que me ha recordado al cine clásico. Mientras Cornelia y el Dr. Edwards tratan el tema del ataúd vacío del inspector de sanidad y de si deben olvidar el caso, sus manos se entrelazan accidentalmente y saltan chispas. Tras besarse la razón de él consigue vencer a su pasión y sus sentimientos para separarse. Por más que no quieran aceptarlo, ambos se aman desesperadamente. Ella sin embargo ya parece estar acostumbrada moviéndose en el mundo de las apariencias de la alta sociedad a los juegos de falsedades. No tiene ningún problema en soltar toda su pasión ante su marido aunque realmente no lo quiera para intentar conseguir el dinero necesario para pagar al abogado de la Hermana Harriet. Los amores perdidos por otros intereses y los fingidos tampoco han pasado de moda a día de hoy.

Otra situación muy tierna es el regreso a casa de Dorothy, la mujer del Dr. Gallinger. Él la sigue amando, él la adora y perdona por lo que hizo. Sin embargo es la propia hermana de ella quien le hace recordar los perjuicios que su estado mental provoca en su familia no por lo que hace, ya que está muchísimo mejor, sino por lo que ha hecho. Los cotilleos que se mueven en la alta sociedad trascienden Nueva York y llegan a Filadelfia creando graves inconvenientes sociales a la familia de la enferma mental. Para colmo en una reunión de antiguos alumnos, Gallinger ha de escuchar un discurso proselitista a favor de la eugenesia, la búsqueda de los cruces entre seres más elevados para conseguir una mejor raza y para la que hay que evitar que puedan reproducirse personas de otras razas o con taras. Mi sensación es que el amor de Gallinger está por encima de todo eso a pesar de lo que sufre.

Continuando con el amor y sus consecuencias, me gusta el ejemplo de las remanencias de un antiguo amor, la sensación más de cercanía y amistad además de la culpabilidad. Thackery visita a su ex, la enferma de sífilis por su culpa a quien ya reconstruyó una nueva nariz la temporada pasada y se encuentra con que su enfermedad está muy avanzada. Presa de la culpabilidad y del cariño busca con ahínco una posible cura, vislumbrando una pequeña esperanza en alguno de los métodos importados por el Dr. Edwards, de ese modo le devuelve la pelota pidiendo el favor en sentido contrario en este episodio.

Los doctores Edwards y Thackery
El mismo Dr. Edwards nos presenta otra consecuencia del amor pasado con la llegada de su esposa a la ciudad. Promete ser todo un tormento para alguien que no la quiere y quien la ha evitado mencionar. Es el punto de culebrón del que ningún episodio de ninguna serie puede escapar por buena que sea.

Por último quiero destacar una escena que es la que más me ha hecho pensar en lo actual que puede resultar en algunos momentos la serie. He de reconocer que el señor Soderbergh es el que me ha dirigido a pensar eso con su arte. Después de comenzar el episodio viendo cómo Thackery burla las pruebas de consumo de cocaína con aguja transformándola en polvo y esnifándola como posteriormente se popularizó, lo observamos en un momento dado absolutamente colocado y en un salón de recreo que acompañado con la banda sonora electrónica de Cliff Martínez parece un club actual y al que el médico recurre en busca de vicios. Allí no sólo consume alcohol y drogas sino que también encuentra el sexo ocasional con la prostituta que ya vimos anteriormente. En serio que situaciones similares se pueden encontrar en los fines de semana de cualquier ciudad hoy en día.

Como decía al principio, temas aún presentes y atemporales. Vicio, amor, pecado, redención, búsqueda de la felicidad, de un sentido de la vida con un hospital a comienzos del siglo XX como lienzo de fondo.

Eduardo Iribarren (@Eduarlittle)

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